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16 años sin volar
Se cumplen 16 años sin el Palomo Usuriaga.
El 11 de febrero de 2004, en Colombia, un dúo de sicarios le disparó alrededor de 13 disparos y asesinó a Albeiro Usuriaga, quien se encontraba jugando juegos de cartas y dominó en el barrio 12 de octubre con sus amigos.
El recordado “Palomo” aterrizó en Independiente en 1994, tras un gran paso por Atlético Nacional de Medellín, en donde tuvo una gran labor en la única Copa Libertadores que obtuvo el conjunto verdolaga, aquel 31 de mayo de 1989 y que era dirigido por Francisco Maturana.
Entre las filas de ese equipo histórico, además de Usuriaga participaban René Higuita, Andrés Escobar (quien también fuera asesinado), Leonel Álvarez (exentrenador del DIM), Alexis García, entre otros.
Cuando arribó el “Palomo” a Independiente, debía lucharle el puesto a Ricardo Gareca, Sebastián Rambert, Daniel Alejandro Vidal -el “Pollo”- y a Walter Parodi. Sin embargo, en los primeros 5 partidos de ese campeonato, el equipo de Avellaneda solamente marcó dos goles.
Por tal motivo, a partir de la sexta fecha frente a Ferro, jugó Albeiro Usuriaga y anotó el segundo tanto con una verdadera joya que comenzaba a desplegar el vuelo del colombiano en Independiente.
El mejor campeonato del “Palomo” fue en aquel título de la Supercopa ’94, en donde le marcó goles al Santos, Gremio y Cruzeiro. Además, el Negro también consiguió la Recopa ’95 en Japón frente a Vélez.
Un día después de la fatídica muerte de Usuriaga, Independiente volvía a jugar una Copa Libertadores, tras nueve años ausente. En aquella oportunidad, el Rojo enfrentaba a Cienciano, de Perú en la “Doble Visera”. Desde luego, que hubo un minuto de silencio por Albeiro y desde las tribunas bajaba el mítico canto de: “U-su-riaga, U-su-riaga” con una mezcla de tristeza, emoción y orgullo por el Negro, quien supo decir tiempo atrás, “Aquí me siento como en mi casa”. Algo que quedará en la memoria de los hinchas y sus familiares. Aquel encuentro, Independiente lo ganó 4-2 y el Palomo alentaba a los “Diablos” desde un Infierno Encantador.
Por Tomás Robbio