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Amores para nunca olvidar

Adriana Garnier Ortolani recuperó su identidad el 4 de diciembre de 2017. Una historia de amor y lucha, con el Rojo bien presente.

EDGARDO Y EL ROJO: UNA HISTORIA DE AMOR

A Silvia Garnier se le ilumina la voz al tratar de explicar el amor que el Chueco, su hermano, le tenía a Independiente y por el cual, junto a ella y su mamá, transitaron noches y noches con una radio pegada al oído. La Copa Libertadores se transformó en el acompañante perfecto de la carrera estudiantil del joven Edgardo. Primero en el Nicolás Avellaneda y luego en el secundario J.J Urquiza de Concepción del Uruguay, su ciudad natal.

La canchita de la estación resultó ser el lugar apuntado para los picaditos con sus amigos y a pesar de que no tenía la camiseta roja, ya empezaba a palpar su espesor y a grabarse apellidos en su mente como si fuesen sus historietas preferidas.

“Además de jugar al fútbol, le gustaba escribir e imaginarse que era director de cine”, cuenta Silvia, como hablándole a un receptor incrédulo. “¿Sabés qué hacía? Pensaba escenas de la realidad y las transformaba en ficción, donde los jugadores de Independiente eran los protagonistas. Por ejemplo, cuando fue noticia un derrumbe en la ciudad de Minas Gerais, para su ensueño era Minas Yazalde, como el delantero”.

Con el bolso atestado de ejemplares de El Gráfico a pura tapa roja, a los 17 años viajó a La Plata a con el plan de estudiar Ingeniería Electromecánica. Mientras, su otro anhelo lo miraba de reojo: pisar las tribunas de la Doble Visera, la casa del Diablo. “Viví con Edgardo en 44 y 122, en una casita que alquilábamos, por Ensenada, y él ya me mencionaba a ‘un tal Bochini’, que la iba a romper, yo ni idea, era de Boca, pero él ya hablaba de Bochini, sin saber lo que iba a ganar después”, contó José Gadea, amigo de la infancia de Edgardo.

En La Plata conoció a quien sería su pareja: Violeta Graciela Ortolani. Con ella compartió su vida como militante político, que comenzó en el Frente de Agrupaciones Eva Perón, continuó en la Juventud Peronista hasta que las organizaciones confluyeron en Montoneros. Ahí volvió a participar en un mismo espacio con la Viole, como le decían sus compañeros, con el sueño inexorable de construir una sociedad más justa.

Hasta que conoció la Doble Visera: Silvia cuenta que no paraba de repetir las canciones que escuchaba: “Bochini, Bertoni, la hinchada quiere goles”, pedían los Diablos Rojos a sus jugadores. Llegaba fascinado a Concepción cada vez que iba a visitar a su familia.

Con el terror de la última dictadura y el proceso sistemático de exterminio ya instaurado, decidieron casarse: el 7 de agosto del 1976 contrajeron matrimonio con ella embarazada de 3 meses. Los nombres elegidos eran Vanesa, si era nena, y Marcos o Enrique si era nene. Hasta que lo peor llegó: el 14 de diciembre de ese año Violeta fue secuestrada en el barrio La Granja de La Plata, embarazada de 8 meses. Edgado la buscó incansablemente hasta que, cerca de la fecha probable de parto y tras volver de su ciudad en febrero del 77, lo secuestraron, también en la capital bonaerense. Se había despedido de los suyos en Concepción con la seguridad de que iba a encontrar a su familia.

“Estoy feliz, se me completó la vida”. Adriana no gambetea su instinto al momento de soltar sus primeras sensaciones tras recuperar su identidad. Pero sabe que detrás hubo y habrá un cúmulo de lucha, de tenacidad, de tirar paredes entre otros que también buscan justicia, de desnudar al negacionismo, de mover cielo y tierra para que ella se convirtiera, el 4 de diciembre de 2017, en la nieta recuperada 126 de las Abuelas de Plaza de Mayo. Adriana no es Vanesa, pero es Adriana Garnier Ortolani. Hija de Edgardo y Violeta. De sangre roja indeleble y amor eterno e infinito.

Texto de Rojos por la Memoria

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