Columna de Opinion
30 de septiembre de 1987
Miércoles a la noche, noche de copa. El rojo venía de ganarle hace una semana 2-1 en Avellaneda al River de Griguol por las semifinales de la Libertadores. Tras ir perdiendo 0-1 y después de que un Búfalo Funes imparable, autor del gol de River, se errara uno hecho después de gambetear a Islas que hubiera significado el 0-2 y quedar afuera de la copa, en el segundo lo dimos vuelta con un cabezazo de Merlini y una aparición sorpresiva de Maranga.
A la semana siguiente jugábamos con Peñarol de nuevo en Avellaneda y si ganábamos pasábamos a la final. Un Independiente que nunca había podido reemplazar al Burru en el medio, se enfrentaba con un equipo duro que nos había goleado en Montevideo.
Primer tiempo parejo, aunque el árbitro no cobró una mano clara en el área de Trasante tras un corner y Percu se errara un mano a mano claro que le tapo el que sería nuestro futuro arquero, Eduardo Pereyra.
En el segundo nos desesperamos, nos fuimos todos arriba porque había que ganar si o si y nos desarmamos abajo. Contrataque de Peñarol 0-1. Al rato el Bocha revienta el ángulo del arco de Peñarol después de pegarle desde afuera del área con mucha potencia, algo raro en el Bocha. Era el empate, pero no…
Después vino otra contra y el 0-2. Al rato, descontamos en una jugada entre Barberon y Percudani que tuvo más faltas que gol. Teníamos esperanza, pero seguimos desguarnecidos atrás y sin calma. Era cuestión de tiempo y llego el tercero de Vidal.
Después volvimos a descontar y nos volvieron a vacunar: 2-4. Final. Afuera.
Derrota dura que marco el final de un equipo inolvidable y de toda una época dorada en Avellaneda porque después de quedar afuera de esa copa comenzó de a poco el éxodo y nunca más volvimos a jugar semifinales. Se fue Maranga, Islas, Villaverde, Reinoso, Percudani, Barberón y como si fuera poco el Pato Pastoriza también. Fin de toda una época.
@SebastianGirona