Columna de Opinion
Amor a primera vista

“¡Cuidalo!”, me ordena la madre con cara amenazante mientras enfilo para su cuarto. Ahí está él, me mira y me pregunta: “¿Qué me pongo?”.
Agarro la camiseta, un pantalón, buzo y campera, se las dejo en la cama. La madre aparece y agrega una bufanda y un gorro de lana. Nadie contradice la exigencia. Él vuelve a levantar la vista y me clava la mirada. No es momento de discutir, por eso agarra todo sin chistar.
Estamos a mediados de septiembre, a la noche la temperatura baja. “Que no le pase nada, mirá que te mato…”, refuerza su mamá para que no me queden dudas de que la advertencia es en serio.
Es noche de copa, la primera para él. ¿Cómo explicarle lo que viene? No lo hago y me parece entrar en el túnel del tiempo. Vuelvo al pasado a esas tardes en la Doble Visera con mi viejo. A los siete años tiene su primera cita con el amor eterno.
Salimos con tiempo. Tres horas antes, para llegar tranquilos. En el auto vamos callados, él mira por la ventana. Cruzamos el puente y estacionamos a seis cuadras, sobre Belgrano. Al entrar en la avenida Alsina los olores de las parrillas, que invaden todo, se mezclan con los gorros, remeras, buzos y banderas desplegados en el piso. Sus ojos absorben lo que pueden a su alrededor.
Las preguntas se suceden una tras otra mientras avanzamos a paso rápido. ¿Qué quién juega? ¿Qué cuán malos son los rivales? ¿Qué copa es? ¿Si juegan Benítez, el pibe Barco y el Torito? Trato de satisfacer sus interrogantes, mientras nos acercamos al Libertadores de América. De golpe descubre la cancha de Racing. La gente que pasa a su lado canta contra nuestros hijos…
“Ché Racing vos sos la p… de la Argentina […] y Racing anda a la p… que te pario. Vos sos de la B”, lanzan decenas de personas. Él me vuelve a mirar como pidiendo autorización. “¡Dale, cantá!”, le digo y ensaya un insulto con timidez. “Acá podés soltarte”, le agrego y su cara se ilumina por primera vez. Y así, sin darnos cuenta, sumamos un nuevo código en nuestra relación; algo que es sólo nuestro.
Seguimos avanzando. Compramos unas hamburguesas y un recuerdo para él. Un gorro rojo. El de lana quedó en el auto, no hubo ni siquiera que hablar del asunto. Todavía el sol no se escondió y una tenue luz termina de construir una escena mágica. Todavía es poca la gente que llegó al estadio.
Terminamos de comer y avanzamos. Hasta que llegamos a la esquina de Alsina y RICARDO ENRIQUE BOCHINI, así, en mayúscula. Ahí su cara volvió a cambiar. Fue su primer contacto con la cancha, el Libertadores, la Doble Visera. El golpe de efecto fue total, quedó encandilado. Pero todavía faltaba que el impacto se convierta en algo inolvidable.
Aceleramos el paso. Entramos por una de las puertas que lleva a la Cordero, ahora la BOCHINI. Subimos las escaleras y él se larga corriendo… Los escalones uno a uno, con las paredes a medio pintar, generan una sensación de encierro. Ver la cancha, esa que tantas veces miró desde la televisión, lo impulsa. Nada lo frena. Ni siquiera los gritos del padre, ahora preocupado por las amenazas que había lanzado con total claridad y calma la madre una hora antes.
Finalmente, llega a destino. Fue la segunda marca. Ahora solo faltaba que Independiente, el Rojo, parte de mi vida, deje una huella imborrable en la suya. La Doble Visera era una fiesta. La gente cantaba y alentaba. También, como siempre, se puteaba. Él seguía atento cada pase, cada llegada.
El golpe de gracia llegó a los 40 del primer tiempo. Benítez tomó un mal despeje de un jugador de Lanús, controló la pelota con el empeine del pie derecho y casi si frenar sacó un derechazo cruzado. Nada más que hacer. El grito desaforado, en abrazo interminable y el “y dale, y dale, y dale Rojo, dale…”. Triunfo y pase en la copa. La historia grande de Independiente, ese que me tocó ver y disfrutar con mi viejo, quien partió hace muchos años pero estaba ahí presente con nosotros, se materializaba con mi hijo.
Ya estaba hecho el trabajo. No había nada que explicar. Era la culminación de un contrato a perpetuidad, de un amor para toda la vida.
Era una noche perfecta, una noche de copa en la que Independiente fue una vez más el Rey.