Columna de Opinion
Aprendamos a no tropezar con la misma piedra
No deben sorprender las declaraciones de Cecilio Domínguez. Son simples frases de un jugador que, en tiempo récord, sepultó él mismo su incipiente carrera a partir de su propia inconducta. En algunos meses pasó de ser jugador franquicia de América de México a ser suplente del austero Guaraní. De poder catapultar su carrera a Europa gracias al Rey de Copas a ser transferido a un equipo desconocido de una liga exótica. De tener un desequilibrio y una velocidad envidiable pasó a agitarse ante su primer pique corto por su sobrepeso.
Las acciones hablan por sí sólo del influencer paraguayo que, mientras volaban pizarrones en el vestuario en una de las prácticas que encabezaba el ex entrenador del fracaso mundialista, él preguntaba dónde podía practicar guitarra. Su displicencia, su escasez intelectual y su autodestrucción lo transforman en el peor refuerzo de la historia de Independiente, desde ya agravado por tratarse de la incorporación más costosa del club.
Sin embargo, el atenuante más lamentable es que el extremo de la “Albiroja” jamás se animó a decirlo en Argentina. Refugiado en su tierra, ahora se atreve a hablar. Ya desligado de todo vínculo. Habla a las claras de la nula hombría del autoboicoteado Domínguez. Independiente es un club demasiado gigante para prestarle atención a un exponente de los compilados publicados en YouTube. En algo tenía razón el paraguayo, por suerte ya es pasado.
Ahora, sí merece un análisis algunas consideraciones que esgrimió el jugador y que el autor de esta columna viene sosteniendo.
-“Todos quieren irse de Independiente”
-“Respeto a Bochini y a Bertoni pese a que ellos no me respetan a mí. Ellos jugaron en otra época, yo ni había nacido. Ahora Independiente no es eso”
“Es difícil que las cosas salgan bien en un club así, que no cumple con nada”
Son afirmaciones que sujetas a la connotación del momento y de quien lo dice están viciadas de nulidad, pero son ciertas si se las enmarcan correctamente.
No hay ningún jugador de renombre convencido realmente de seguir en Independiente. Que haya integrantes del plantel que se terminaron quedando en este mercado de pases no significa que no se hayan querido ir ante una oferta potable. Sin embargo, casi ninguno quiere y puede afrontar un salario como el que perciben la mayoría de los futbolistas rojos. Pregúntenle al capitán Silvio Romero y, porque no, a algún jugador surgido de la cantera que ya fue tentado desde varios lados.
Ya no están los Bochini y Bertoni y en eso tiene razón Domínguez. Hoy en día casi ninguno siente la camiseta y él lo supo expresar muy bien. Hace tiempo que Independiente no es lo que era (Lo que no implica que sigamos siendo el equipo del continente más exitoso de la historia). Si a este asunto le sumamos que cuando empezamos a creer que se recupera esa mística y esa estabilidad institucional nos encargamos de autosabotearnos, el panorama es mucho más oscuro.
También es verdad que resulta inviable que un club con pretensiones pueda subsistir, en épocas de estricta profesionalidad, incumpliendo todo el tiempo, y con casi todos sus miembros, los contratos asumidos.
La culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer. En ese marco, Independiente se convirtió en una verdadera granja dedicada a la importación de productos porcinos absolutamente desproporcionados entre su precio y calidad. Pero el Rojo no fue engañado ni fue víctima de la intermediación de la cadena productiva.
Se creyó opulento, ostentoso tras las efímeras conquistas que le nublaron su juicio. Los dirigentes y el monarca de los drones supusieron que contratar a un ecuatoriano sin experiencia en el exterior costaba casi 5 millones de dólares. Lo mismo con un paraguayo de dudosa calidad, a quien se le pagó (una forma de decir) 7 millones de dólares. Y pensar que casi se paga por 8 millones al peruano Cueva.
Quienes comandaban se sentían con una impunidad para hacer y deshacer a gusto. Creyeron contar con una billetera profunda como un bolsillo de payaso para satisfacer el deseo de su rey todopoderoso. Cualquier capricho se buscaba cumplir. Consideraron que esta abundancia estaba respaldada por un patrimonio infinito que nunca se transformó en realidad. Fueron contadas las ventas claramente buenas tras la copa en el Maracaná. Ese redito fue dilapidado en dos mercados de pases. Incluso, se gastó más de lo que se vendió tras ese falso superávit. Citando al ministro de Economía, creyeron que con “sarasa” y el “relato” podían hacer cualquier cosa.
Cecilio Domínguez es un producto contemporáneo del despilfarro sin sentido. Hacernos problema por el paraguayo no tiene ningún asidero. Al menos pudimos recuperar un tercio del dinero. Debemos pensar que todavía tenemos algunos jugadores que ni siquiera cortan el pasto en Villa Domínico y cobraron, hasta hace poco, con un dólar casi libre. Otros directamente se fueron gratis o el Rojo le sigue pagando sus contratos solo por el hecho de pedirle que se vayan a préstamo.
Los Domínguez, los Gaibor, los Benavidez y, por ejemplo, los Gonzalo Verón son las fieles representaciones que delegar facultades extraordinarias terminan siendo una bomba de tiempo. El poder lo tiene el hincha, pero en especial el socio, quien es el que mes a mes sostiene las arcas del club, y quien elige a sus autoridades.
No deben tener más lugar los experimentos que nacieron gracias a los resúmenes de cinco minutos por You Tube. El “Rojo” debe reconstruirse en base a jugadores que, al menos, valoren y sienten que club están representando. Que tengan conciencia del peso de la historia. Que tengan respeto. Con ese valor es más que suficiente para sentar las bases. Y en ese camino va Lucas Pusineri, el jinete solidario de un grupo desorientado y desmotivado producto de un sinnúmero de equitaciones por acción u omisión de la cúpula dirigencial.
En muchos de estos casos la problemática no termina siendo lo económico, lo político o lo social. El déficit más claro es el ético, el moral. Ganó el egocentrismo. Mientras no se revierta ese dilema de valores, es probable que nos volvamos a tropezar con la misma piedra. Lo grave es que difícilmente haya una nueva oportunidad tras caer otra vez al vacío sin paracaídas. Apenas pudimos rebotar hace poco en una finita colchoneta provocada por un título.
Si no se tiene en cuenta que la opulencia jamás existió, debemos saber que no habrá ningún fondo coparticipable para pedir a la AFA. Ingresaremos en un default infinito y no habrá “sarasa” que nos salve. Ahí nos daremos cuenta que hablar de Domínguez era solo simple vanidad.