Seguinos en nuestras redes

Columna de Opinion

Un desastre que conviene no olvidar, otra vez

Un desastre que conviene no olvidar, otra vez

Hace unos años, cuando todavía no se había prohibido el acceso de hinchas visitantes a las canchas, había una orden casi tácita que corría entre los hinchas de muchos clubes: hay que viajar con la barra si querés evitar ser violentado de alguna forma. Cada día las cosas estaban peores y era un secreto a voces que la policía distaba mucho ser la solución a alguno de aquellos problemas, sobre todo si viajabas al interior del país. Se notaba entonces que faltaba poco para la despedida definitiva de los visitantes de las canchas. Así fue que se instaló la idea de una especie de “autocustodia” que nunca fue una solución al problema de ser visitante, se sabe desde esas épocas y desde siempre. Para sorpresa de nadie, la aventura terminó aún peor: con la suspensión definitiva de la concurrencia de aficionados visitantes en junio de 2013.

Por eso resulta inevitable el paralelismo con los violentos incidentes sucedidos el miércoles por la noche en la cancha de Independiente en el encuentro con Universidad de Chile por la Copa Sudamericana. Porque las medidas de seguridad fallaron antes, durante y después de los hechos, dejando el terreno librado a lo que las barras de ambas parcialidades decidieran hacer en todo momento.

¿Por qué el operativo falló antes? Porque desde temprano todos los que iban llegando a la cancha notaban con cierta alarma la falta de un “pulmón” que separara a los hinchas de Universidad de Chile que ocuparían la cabecera sur alta, de los que poblarían la garganta local 1 ubicada en el codo más cercano. No se dispuso distancia alguna entre un espacio y el otro. Tampoco se anticipó ningún tipo de reforma en una tribuna que, en las épocas que llegó a recibir hinchas rivales, supo tener un alto alambrado sobre la baranda, precisamente para evitar lo que sucedió en este caso: que se arrojaran objetos hacia la parcialidad local ubicada en el sector bajo. Una medida bastante habitual en los estadios con bandejas superiores, como eran el caso de River y Boca, entre otros. Pero además la falta de previsión se notó cuando la dirigencia de Independiente aceptó otorgar 1500 entradas más de las originalmente previstas para los hinchas del equipo chileno, pero no implementó ninguna modificación al sistema de seguridad original.

Hacía mucho tiempo no se veía una situación del estilo, no ya en el estadio de Independiente, sino en el fútbol argentino de primera división, más en una competencia internacional. Es que durante los hechos ni la seguridad privada del club ni la Policía Bonaerense, tuvieron una participación preventiva. Desde los primeros proyectiles arrojados hacia los hinchas no intervino nadie, ni cuando en el entretiempo cayó la bomba de estruendo en la garganta ubicada a escasos metros de los visitantes, hiriendo a una nena que miraba el partido con la familia. Ni cuando los hinchas del conjunto chileno destrozaron instalaciones como baños y depósitos de limpieza, tirando pedazos inodoro y excrementos hacia abajo. Ni durante los casi 50 minutos en los que arrojaron proyectiles de todo tipo (butacas, rejas, ángulos de los escalones, fierros) hiriendo a la parcialidad local que se encontraba en la cabecera baja. Es más, tampoco fueron las autoridades las que decidieron la suspensión momentánea del partido, sino que fue forzada por el ingreso de algunos hinchas que treparon el alambrado desde la tribuna baja.

A este desastre lo esperaba uno peor sobre el final: el desalojo de la parcialidad visitante, que se había ordenado con la intención de lograr la continuidad del partido, fue mal informado y peormente ejecutado. Al no hacerse presente ningún responsable se pretendió que los simpatizantes de la U se retiraran voluntariamente del lugar, mientras los casi 40 mil hinchas de Independiente los esperaban. Por supuesto que esto se realizó desorganizadamente y con extrema lentitud, dejando además la posibilidad de que los más violentos (y no familias como se quiere hacer creer) pudieran no solo seguir arrojando proyectiles y destrozando el lugar, sino también esperar para poder enfrentarse a los barras rojos que desde hacía largo rato pugnaban por poder acceder al sector visitante. Y así fue. Casi en cámara lenta se vio cómo unos 80 barras primero se movieron hacia el portón de acceso y estuvieron varios minutos intentando forzarlo. Luego entraron a la tribuna, se produjeron corridas bajo la misma y finalmente atacaron a los chilenos de diversas y terribles formas ante la horrorizada mirada del resto del estadio que, cabe mencionar, minutos antes había llegado a reclamar la reacción de la barra brava ante la total inacción de la seguridad del estadio.

Los hechos terminaron cuando los barras, de un lado y del otro, así lo decidieron. Ellos comenzaron los disturbios y ellos los terminaron, sin que mediara una sola medida de seguridad para frenarlos. De la peor manera por supuesto y, otra vez, para la sorpresa de nadie. Salvo de las autoridades: del club, que armó un casi inexistente operativo; de la CONMEBOL, que lo autorizó a pesar de ahora intentar deslindar responsabilidades y de la Policía Bonaerense, que decidió nunca intervenir a pesar del riesgo de que muriera alguien, hecho que todavía no se sabe si ocurrirá con los hinchas trasandinos aún internados.

¿Qué queda ahora? Desde lo jurídico esperar las sanciones que vendrán. Desde lo futbolístico la pregunta de qué hubiera pasado si se jugaba la otra mitad del partido. Pero lo más triste, desde lo humano: al ver las caras de terror de esos chicos y las lágrimas de esas adolescentes que estaban comenzando a poblar sanamente nuestras tribunas y que, ignorantes de las viejas épocas en la que la violencia era lamentablemente habitual en las canchas, quizás ahora ya no quieran regresar, volviendo así a lo que parece que no cambiará jamás: a los estadios copados por mafiosos a quienes no les importa el futbol sino solo ejercer la violencia a favor de sus negociados. Entonces, no habrá un solo grito de alegría, sino un vacío silencioso en el corazón de los hinchas verdaderos.

Por Pablo Tassart ✍

Edición: Esteban Raies.

Leé las últimas noticias del Club Atlético Independiente

 

Continuar leyendo
Publicidad