Columna de Opinion
Al Rojo le robaron la ilusión
Independiente terminó otro torneo para el olvido. Otra decepción. Una más de tantas en algo más de 17 años. En el medio, claro, está ese puñal que aún duele, el descenso a las tinieblas. Y un resurgimiento que creíamos nos iba a devolver a nuestros mejores tiempos, pero no fue más que una ilusión, como esos oasis que el sediente cree ver en el desierto.
Lo peor es que la Superliga que acaba de terminar no fue sólo otro mal torneo. Fue el que marcó nuestro más bajo desempeño desde que volvimos de la B. Pero no es lo único negativo: nada, pero nada, indica que podamos mejorar hacia adelante. Y si hay algo que desmoraliza a un pueblo, en este caso el del Rojo, es no tener ni siquiera una ilusión a la que aferrarse. Y así estamos nosotros ahora.
Viene el tiempo de la reflexión, la necesidad de replanteo. Pero la verdad, mal que nos pese y aunque los responsables no se hagan cargo, ya no importa si en el banco están Pusineri, Holan, Pellegrino o Pep Guardiola. Tampoco cambia el panorama si Cecilio Domínguez se golpea la cabeza un día y empieza a demostrar por qué se pagaron 6 millones de dólares (si es que ése fue el monto) o vuelve Gaibor y resulta ser ese volante exquisito que nos dijeron merecía llevar la 10.
Es más. En esta situación, en este contexto, no podemos ilusionarnos ni aunque vuelva el Kun. Sí, así es: ni la mayor figura de la década de la Premier League puede salvarnos. ¿Por qué? Porque somos un quilombo institucional. Y por eso, mal que nos pese, el Kun tampoco va a volver y va a seguir en Europa, aunque el City decida reducir su presupuesto por la sanción.
Agüero sabe que un club como el de Independiente de hoy no puede pelear nada y no va a arriesgar su nombre por salvarle la elección a alguno. Si no tiene otra opción, que seguramente las va a tener, va preferir ir a jugar a Suiza o a la segunda española, antes que volver. Ojalá me equivoque.
Nuestro quilombo institucional tiene dos nombres y un mismo apellido: Hugo y Pablo Moyano. Sé que para muchos fueron los que se la jugaron cuando estábamos bajo tierra y, también, que son los que nos llevaron a otro título sudamericano. Pero hoy estamos financiariamente tan mal como cuando llegaron y deportivamente, tan mal como en 2010.
Independiente es hoy un club antiguo, que es administrado como una unión vecinal, que no explota su imagen y que para colmo compra mal, muy mal… Y ese obligado salto hacia el futuro sólo se lo pueden dar dirigentes que tengan la visión y la capacidad, al menos de rodearse de aquellos que más saben.
Algo dijo Diego Forlán en aquellas charlas en las que le ofrecieron ser mánager. Independiente tiene todo por explorar en materia de un gerenciamiento y marketing. Pero claro, huyó espantado. Y es lo que haría cualquiera que no esté necesitando el mango para vivir o sea un mesiánico que cree poder hacer mucho más de lo que realmente va a poder.
Ese atraso del club lo vi en persona hace un par de años. Los que vivimos a 1.100 km, no tenemos muchas oportunidades de acercarnos a la cancha. Pero hace un tiempo viajé a Buenos Aires en familia y llevé a mis hijos a conocer el Libertadores.
Como no había partido, fuimos golpeando cada puerta hasta que nos derivaron al portón de atrás, el que da a las vías. Allí, un portero de no muy buen humor y peor presencia nos acompañó tras una larga espera. Un vistazo, unas fotos y chau. Obvio que uno no espera una alfombra roja, ni compararse con el Barcelona (conocer el Camp Nou es más caro que entrar a la Sagrada Familia), ni las visitas guiadas de Boca y River, pero nunca tan poco.
La contratación de un mánager ahora es la manera de disimular la acefalía que ven quienes conocen la cotidianeidad del club. Antes, ese hueco lo llenó Ariel Holan, que nos sacó campeones con los jugadores que había más un par de nuevos nombres (Gigliotti y Domingo), pero fracasó rotundamente cuando salieron a la cancha los jugadores que trajo con su representante.
Los Moyano acumulan demasiados frentes como para dedicarse a Independiente: tienen sus empresas, su gremio, la política partidaria y también el frente judicial. Entre padre e hijo suman cinco expedientes, que van desde lavado de dinero a enriquecimiento ilícito y desde administración fraudulenta a asociación ilícita.
Independiente fue grande cuando tuvo grandes dirigentes. Fue Julio Grondona primero, que atendía su ferretería y el club, y luego don Pedro Iso, que tenía una empresa de transporte. Eran los tiempos en que el Rojo era ejemplo deportivo e institucional: ganaba todo, tenía plata en el banco y era un club moderno que marcaba el camino a los demás, incluso a Boca y River. Se fue don Pedro y todo sucumbió. Claro, de a poco, como toda decadencia que se intenta disimular.