Columna de Opinion
Cómo se extraña
Un sabio de barrio, de esos que nunca faltan en charlas de equipos de fútbol amateur, supo decirme una frase tan hermosa como irrefutable: “La semana es lo que está entre partido y partido”.
Claro que esta referencia está inspirada de cuando el fútbol se organizaba de esa manera: un partido adelantado el viernes y toda la fecha simultánea el domingo.
El fútbol, aún no ganado por la televisión, el marketing y el negocio en las dimensiones que hoy lo conocemos, ocupaba otra dimensión en la sociedad. Si bien la masividad que ha logrado es infinitamente superior creo que ha ido en detrimento de la profundidad con que se lo disfrutaba y vivía no muchos años atrás.
Hablar en la Argentina del domingo era hablar de fútbol. De la ansiedad con la que nos levantábamos de la cama para saber las novedades de último momento de nuestro equipo, quién jugaba y quién no y porque. La lógica familiar en la mayoría de las casas giraba en torno del almuerzo compartido como sana previa infaltable.
Las calles tenían otro ritmo y color. Esa escenografía que daban fundamentalmente los colectivos de línea que venían repletos de hinchas de ambas hinchadas. Seres humanos que anónimamente en la semana sin distinguirnos compartíamos esos mismos transporte para ir a la escuela a la facultad o al trabajo, viajábamos ahora a la cancha sin ningún riesgo. Eran los tiempos que las camisetas las usaban casi exclusivamente los jugadores, los hinchas salvo excepciones llevábamos los famosos “gorro, bandera y vincha”, en general solo una de las tres, que nos identificaban.
Yo iba con una bufanda roja de lana gruesa con pocas franjas blancas que me tejió a mano mi abuela Fanny cuando salimos Campeones de la Libertadores 1975 y que estrené en el “Partido del Milagro”, el 3 a 0 a Cruzeiro, con el golazo olímpico de Bertoni. Era junio y hacía frío, mas aún en la Cordero Alta.
Yo tomaba en Floresta el 85 línea A, que venía ya cargado desde Beiro y General Paz y terminaba en Quilmes, y me dejaba en 7 puentes o Puente Aguero.
Incluso recuerdo que más de una vez traía hinchas que iban al Viejo Gasómetro porque allí también se jugaba y el colectivo pasaba en su recorrido por Av. La Plata e Inclán, o llevaba simpatizantes que iban hasta Quilmes a acompañar a su equipo contra los Cerveceros. Eran los tiempos que se jugaba en todas las canchas. Los hermosos días de hinchadas locales y visitantes.
Fue el tiempo que el fútbol como la vida en sociedad era de “los unos con los otros” no del “todos contra todos”. Fue el tiempo de los jugadores que se quedaban largas temporadas y que hacían que pudiéramos recordarlos a ellos y a la formación de el equipo por años. El tiempo aquel que nos permite hoy celebrarlos cada día cuando hacemos memoria y los revivimos en nuestros recuerdos más tiernos. Fueron los tiempos en que el dirigente era antes socio que mandamás, hincha en igualdad, garante de los patrimonios que se le delegaban, que traían su dignidad y honor a los clubes y no a buscar que el cargo los dignifique.
Sin dudas que para los futboleros “la semana es lo que está entre partido y partido”, y en estos días de cuarentena, su ausencia se siente y fuerte. La semana se hace eterna. La inspiración del fútbol se extraña.
No alcanzan las reiteraciones de los partidos que la televisión nos trae, ni los vídeos que nos llegan, disfrutamos y reenviamos en las redes con placer.
El negro Fontanarrosa decía que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastantes inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol.
Ver, leer, buscar, hurgar en la memoria fútbol a cada instante tiene que ver con esa pasión que es maravillosa y de la que tenemos que estar agradecidos de sentir.
Se añoran la ilusión de los días previos, las fantasías y fantasmas por el rival de turno, los cálculos de como quedamos si ganamos y tal o cual pierde, la alegría al llegar a Avellaneda, la caminata al estadio mirando allá y acá buscando el amigo, el conocido o simplemente disfrutando de la ocurrencia de alguien original que pasa a tu lado.
Mirar el estadio desde afuera y en la entrada a la Erico, encontrar los murales que te recuerdan que estás en el “Templo del Fútbol” y que sos un privilegiado recordándome en cada partido mi primera vez en que pise la Visera y que ello fue un pacto sagrado para siempre.
Aplaudir de pie cuando el rojo hace su saludo que es único y te lleva en esos 30 segundos a revivir toda su historia, esa que leí, que viví y quiero volver a experimentar.
El abrazo de gol con tus hijos, o tu padre, o la palmada y la risa con tu vecino de platea o tribuna.
Se extraña el Rojo y claro que si.
Los analistas en el mundo auguran nuevos tiempos y nuevas formas de convivencia luego de la pandemia. El fútbol también deberá cambiar no hay dudas de ello y el Rojo con él.
Más allá del marketing y el negocio que hoy ocupan el centro de la escena hay algo que le es propio al fútbol y que está pidiendo a gritos su lugar.
Volver a ser nuevamente una fiesta. Que una y no divida, que sea transparente y sano como lo es la confianza del hincha y del socio y su pasión. Que sea un bien valorado de la sociedad y no más solo un temido oráculo de poder y negocio.
Dejo para el final al gran Eduardo Sacheri: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro, no saben nada de fútbol”.
El futbol deberá cambiar porque para la gente el futbol es vida que alimenta la vida. Y justamente porque es vida es que extrañamos el fútbol! Extrañamos el Dale Roooo que nos une.