Columna de Opinion
Maradona, entre Dios y el diablo
El folclore del fútbol argentino guarda entre sus misterios, mitos que se han instalado en nuestra cultura. Algunos de esos mitos son jugadores, otros son entrenadores, jugadores comunes, cracks, ídolos de barro. El abanico es inmenso y forma parte de nuestro ADN.
Villa Fiorito, Lomas de Zamora. Pobreza, necesidades, casita baja, calles de tierra y hambre. Corría el 30 de octubre de 1960. Familia numerosa, amor, dignidad y carencias. Diego Armando por su lugar en el mundo al tiempo debería haber jugado en Lanús quizás. Pero sus genes se posaron en La Paternal. Cebollitas y las divisiones lo vieron pasar como un suspiro. 1976, los militares ya mandaban en base a violencia y muerte. El viejo Torneo Nacional, el más nacional de los torneos, el que integraba a “los grandes” con los “porteños”. Argentinos Juniors, 16 años, segundo tiempo ante Talleres de Córdoba. El “pelusa” entró en el complemento y le “tiró” un caño al “Hacha” Ludueña. Un semana después, el desaparecido Estadio “General san Martín” de Mar del Plata. Argentinos visitaba al último del grupo: San Lorenzo de Mar del Plata. Un primer tiempo chato. Nada anormal. Eran 22 jugadores detrás de un balón. El mismo atrevido del caño de la fecha pasada, entraba y hacía sus dos primeros 2 goles en el profesionalismo al histórico Rubén Lucangioli. Desde ahí se empieza a desarrollar lo que desde hoy es mito, el mito más cautivamente del mundo, la película que tuvo ese comienzo y que en su final tuvo un cierre deportivo dirigiendo en su país, a Gimnasia.
2019 y cuando hubo vida en este 2020, el técnico del “lobo”, pudo ser despedido en vida con todos los honores. Como si los guionistas de su alocada vida lo hubieran producido adrede. Cada partido, en cada escenario, el Dios del fútbol fue recibido y venerado. En febrero Gimnasia llega al “Libertadores de América” y Dios llega al infierno. Entre cuernos, ojos cautivantes y muchas llamas, Dios llegaba al verde césped. Sus laderos eran viejos diablos que supieron “hacer diabluras memorables”. ¡Qué mezcla rara entre el cielo y la oscuridad!. Señoras, señores, sólo nuestro profesionalismo e inventiva literaria nos permiten jugar con esos mundos paralelos y antagónicos que algunas religiones profesan o que observamos en películas de terror.
El mismo Diego Armando Maradona que debutaba con la camiseta de Newells Old Boys en la “Doble visera” y que le decía al periodista Elio Rossi que estaba emocionado con el recibimiento de la gente de Independiente, la misma donde él supo estar atraído por las hazañas de Bochini, Bertoni y Pavoni, entre otros. Desde allí aparece otro mito, si Dios era hincha del “Rey de copas”.
De ahí saltamos a febrero de este año, y esa entrada con recibimiento apoteótico junto a esos mismos héroes que el nombró en aquella ocasión icónica. El cielo y el infierno se juntaron para recibir a Diego junto al Bocha, el chivo y el Dany. A pesar de sus limitaciones de una salud ya muy deteriorada, Maradona parece haber sentido estar en su casa. Micrófono en mano y con sus tiempos marcados en su manera de expresarse, el 10 dijo que el estadio debería llamarse Enrique Bochini. El éxtasis se adueñó de la caldera del diablo donde Dios esta vez prevaleció sobre la oscuridad.
Independiente le ofreció al más grande de la historia del fútbol mundial su reconocimiento. Una ceremonia corta pero inmensamente afectiva que quedará en todos nuestros corazones.
Las paradojas del destino hicieron que Dios tuviera como su máximo ídolo futbolístico a Ricardo Enrique Bochini. Se lo dijo en México 86’ y en nuestra casa.
El Dios futbolístico de los argentinos ya debe estar en cielo preparando un “picado”. Se dice que usará la de su referente. La que imaginó en la popular del escudo en alguna gloriosa noche de copas.