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Columna de Opinion

Relato de un naufrago

Independiente está a la deriva en muchos aspectos desde hace un tiempo. En lo que respecta netamente a lo futbolístico, a Pusineri le cambiaron los últimos clavos que sujetaban al timón y le cuesta encontrar la brújula para sobreponerse a un presente que desconcierta a todos.

El técnico de Independiente sabía que se subía a un barco que tenía los camarotes rotos, los baños sucios, la popa partida y la cubierta con pozos. Sin embargo, el capitán de la navegación se hizo cargo de la cabina, desconfigurada por sus antecesores al mando. Empezó a maniobrar, creyó encontrar la superficie a lo lejos desde el comienzo de su conducción pero no pudo eludir los icebergs que empezaron a aparecerle en el inicio de su travesía.

Para colmo de males, ninguno de los tripulantes logra revertir la historia. Sólo pocos se animan a tomar el protagonismo y arriesgar. Se huele el pánico escénico que no es nuevo. La pelota es ese timón, que está más caliente que nunca. Quema. Lejos quedaron aquellos atrevimientos y destellos de buen juego con Boca y River. Regresó el descontrol, el desconcierto y la desidia.

Independiente parece acéfalo dentro del campo de juego. Nadie asume un grado de responsabilidad para poner la pelota adelante verdaderamente. El ejemplo está con los aplausos recibidos este lunes por el colombiano Roa. El ex Huracán intentó desequilibrar y buscar ese famoso último pase que nunca llega. Trató. No pudo. Pero aún así fue lo único que se pareció a una rebeldía. Con solo ese nivel de atrevimiento el hincha rojo ya se conforma.

Estaba claro desde el inicio del torneo las limitaciones que se encontraría el equipo en esta interminable Superliga, que después tendrá su continuidad con la extraña Copa de la Superliga. En la primera crónica de este autor se hizo hincapié que la nulidad de refuerzos y la depuración realizada obligaban al técnico a reforzar una idea ante un plantel escéptico y asustadizo. Aquellas señales se llegaron a notar por momentos en el comienzo del año. Hubo algo de actitud y ciertos rendimientos que fueron efímeros pero que ilusionaban. Resultaron ser solo un espejismo en el desierto. Una gota de agua entre tanta arena.

Hay una contradicción en la siguiente idea. Se celebra que se dejen de lado a aquellos jugadores “grandes” que sólo abultaron sus bolsillos y cuentas bancarias en dólares para darle lugar a prometedores jóvenes que son de la cantera. Eso resulta atinado. Ahora, apelar a ellos en el equipo titular o hacerlos ingresar en los momentos más críticos hace recordar a otras épocas que se “quemaron” a muchas apariciones que terminaron fracasando ante tanta presión. No obstante, es un análisis sólo a modo de comentario ya que “no hay mucho más”. El plantel es corto y limitado.

El gran problema de Independiente es el mediocampo. Más allá de los conocidos problemas en defensa y del interrogante sobre quién debe ser el hombre que acompañe al solitario Silvio Romero, el “Rojo” no tiene presencia en el corazón de la cancha. No marca, no distribuye con criterio ni genera ocasiones. Es simplemente inútil, con todo el uso de la palabra. Es estéril poner delanteros cuando la pelota nunca les llega. Sólo acciones del azar provocan el empate de Fernández. Fue un gol de otro partido.

El doble cinco no demuestra solidez. El denominado enganche no tiene sociedades establecidas. Los extremos solo son voluntariosos. No hay volumen de juego. Quiero creer que el plan existe. Que en los entrenamientos se entrena y que luego en la práctica no sale. Lo cierto es que el miedo paraliza. Esos pases intrascendentes hacia los costados y hacia atrás exasperaron en el Libertadores de América. Ocurren hace rato. El temor a equivocarse. Es falta de personalidad, ni siquiera una cuestión de calidad porque lo que escasea es el atrevimiento, la picardía. Es un equipo largo, inconexo en todas sus líneas. Ese pánico que se impregna en nuestros rostros en el Libertadores. Es una sensación de película ya repetida. Sin entrar en finales indeseables, el futuro no es esperanzador.

Independiente puede perder con cualquiera y más de local. La discusión por no entrar a la próxima Copa Sudamericana será un tema banal. Los jugadores de cierto nombre se quieren ir, muchos no quieren llegar y el dinero tampoco sobra. De hecho le tenemos que seguir pagando a quienes ya no están.

El “Rojo” no encuentra el horizonte. Mira hacia los cuatro puntos cardinales y no interpreta cuál es la dirección correcta. El capitán sigue a cargo. Afronta la responsabilidad y tiene espalda. Con mucha niebla, marea en contra y entrada la oscuridad, Pusineri debe enderezar una nave sin rumbo.

@Nicogallaok

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