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Columna de Opinion

Te quiero ver así, Independiente

La derrota del último domingo significó una estafa a la confianza de aquellos y aquellas que amamos a Independiente. Las cargadas posteriores, propias del folclore de nuestro fútbol y exhibidas por la inmediatez del tiempo que corre, sólo dolieron un rato. Con el correr de los días, cuando el juego de las responsabilidades se observó con mayor claridad, el dolor y la bronca permitió entender a quién o quienes se le deben endilgar los hechos de una noche sangrienta.

De 2017 hacia acá el hincha sufrió el desmantelamiento de su capital más preciado, aquel que pisó fuerte en el Maracaná, completado posteriormente con promesas esquivas y proyectos que, en una institución seria y responsable, jamás hubiesen vestido la camiseta de Independiente.

Es por eso que la responsabilidad suprema debe recaer sobre aquellos a los que los hinchas -una vez más- le entregaron su esperanza más valiosa y no lo hicieron: conducir el club de manera sensata, coherente y eficiente. 

Del Maracanazo hacia acá nada de eso sucedió. Actualmente el club protagoniza transferencias impagas, sueldos adeudados al plantel y sanciones que merodean a la vuelta de la esquina. Un plantel liviano, sin grandes aspiraciones, capaz de ganar de manera audaz frente a Rosario Central y perder de la forma más indigna frente a su eterno rival. Experto en coquetear con las copas de turno y flaquear en insólitos, aún cuando la historia da muestras de que incluso en peores adversidades Independiente salió victorioso.

El futuro, como siempre, sólo será atravesado por sus hinchas. Los mismos que aquel 13 de diciembre vieron el despertar de un club que amagó con sostener un paraíso futbolístico que duró una primavera, un oasis dentro de un pasado reciente que entregó demasiadas penurias para tan pocas satisfacciones.

El hincha, lejos de convertirse en un fanático del color tribunero, dijo presente. Lo hizo por el gol que luego no llegó. Por el abrazo con el de al lado, por el viaje con la familia, por el relato del abuelo que vio todo y hoy, en este espejismo, nada de aquello pareciera realidad. Por la hidalguía de un club al que siempre menospreciaron e intentaron deslegitimar. Una camiseta roja en lo alto, sin ayuda de nadie, con el sustento de sus logros que no precisaron golpearse el pecho con zonceras externas. Lejos del ruido mediático de aquellos que enaltecen su “grandeza” con un relato mediocre, tantas veces impostado para exponer lo que por dentro en realidad no corre.

Independiente, en sus hinchas, encuentra el más sincero sentimiento y la más genuina expresión. El de la exigencia y el inconformismo, el de la pertenencia y el amor incondicional, lejos del aguante mediocre y el agite innecesario. La gente, inmersa en una grieta generacional, mantiene su punto en común cuando la pelota va por el piso, hay gambeta, pierna fuerte y templada. Se radica en el compromiso, la actitud y la intensidad que ratificó el sentir general: el de los puños cerrados, las miradas al cielo y el pensamiento al pasar: “Te quiero ver así, Independiente”.

Mañana el Rojo vivirá otra noche de copa, con recelos, murmullos y sin ningún recibimiento eufórico. El saludo histórico que homenajeó en la cancha a los campeones, incluso con jugadores que hoy perduran, hoy está en discusión y hasta pareciera carecer de sentido. Aún así, con tantos cuestionamientos, el hincha va a estar. Con un aplauso tibio, un grito de gol atragantado y el sueño de que haber tocado fondo encauce la idea de repetir lo que antes era lo de siempre. De volver a cerrar los puños, mirar al cielo y pensar que así sí, que así se quiere ver a Independiente. 

@mluna91

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